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.Por desgracia, no, tardé mucho en comprenderlo.Los oÃa hablar de nosotros cuando creÃan que nadie los entendÃa.«Estos degenerados que se creen griegos —decÃan—, este hatajo de cobardes alejandrinos: dirigidos por una mujer y un puñado de eunucos, no es de extrañar que no lucharan ni para defender su propio paÃs.»Maérica le acarició el pelo.—¿Y ahora estás luchando para que te vean de otra manera?Hermógenes se rió.—Supongo que sÃ.¿Cómo hemos llegado a hablar de esto?—Por mi marido.—Ah, sÃ.Cántabra hizo caso omiso de su falta de entusiasmo por el tema y prosiguió con su cautelosa investigación.—Has dicho que tu esposa murió hace cinco años.Pero no te has vuelto a casar.—No.Llegué a un acuerdo con un par de cortesanas.No con las dos al mismo tiempo, por supuesto., con una después de la otra.Yo.en realidad no quiero casarme de nuevo.La pobre Eudaimonis sufrió tanto al final que todavÃa me duele recordarlo.Murió de parto después de alumbrar un niño muerto.Todo el mundo le decÃa que tenÃa que darme un hijo varón, insistÃan en ello por más que yo aseguraba que estaba la mar de contento con mi hija.Ella deseaba ese crÃo con toda su alma pero él la mató.Me senté a su lado, le administré todo el opio que pude y le hice compañÃa hasta que falleció.Mi madre murió de la misma manera cuando yo contaba nueve años, y también tuve que presenciar su final.Me parece que no serÃa capaz de soportarlo otra vez.Las cortesanas usan anticonceptivos.—¿Y si yo tengo un hijo? —preguntó Maérica con un hilo de voz.A Hermógenes ni siquiera se le habÃa pasado por la cabeza pero desde luego era perfectamente posible.Más aún: era muy probable.Y supo, sin necesidad de que ella se lo dijese explÃcitamente, que Maérica deseaba un hijo.Nada le devolverÃa a los que los soldados habÃan asesinado, por supuesto, pero si concebÃa un hijo recuperarÃa plenamente su identidad arrebatada: volverÃa a ser Maérica, una mujer capaz de amar y ser amada, nunca más una gladiadora.Se consideraba absolutamente respetable que un caballero que habÃa perdido a la esposa tomara a una concubina, pero los bastardos eran otra cuestión, sobre todo cuando el caballero tenÃa hijos legÃtimos y suegros que con toda seguridad se sentirÃan insultados.Los anticonceptivos se empleaban con normalidad y, cuando fallaban, se practicaban abortos o, en caso de que esto no fuese posible, se abandonaba al bebé no deseado en un lugar público para que muriera o se criase en casa de otro hombre en calidad de esclavo.Hermógenes comprendió que no podÃa exigir algo asà a aquella mujer.Lo decidió entre dos respiraciones entrecortadas: no podÃa y no iba a exigÃrselo.HabÃa prometido que nunca le harÃa daño.—Tendrás que esforzarte mucho para no morir —se obligó a decir.Maérica lo abrazó con tanta fuerza que Hermógenes hizo una mueca.—No me moriré —le susurró Maérica al oÃdo—.Soy fuerte y te daré un hijo fuerte.Pero tú también debes seguir con vida.Hermógenes notó un delicioso cosquilleo en la entrepierna.—Si te prometo no morir —dijo, esbozando otra sonrisa—, ¿dejarás que te toque?El resto de la tarde transcurrió en un aturdimiento de intoxicación erótica.En un momento determinado, Maérica se levantó, se puso la túnica húmeda y fue a comprar algo para cenar.Luego se sentaron en el suelo e intercambiaron bocados de puerros y salchichas mientras conversaban sobre Roma y AlejandrÃa.Hermógenes comenzó a enseñarle griego.La mañana trajo consigo a un visitante.Se habÃan levantado tarde y Maérica estaba preparándose para salir a buscar comida y agua cuando alguien llamó a la puerta.Ella abrió con cierto fastidio y encontró a Gelia en el rellano.—Perdona que os moleste —dijo la casera con una mirada socarrona—, pero Calvo querrÃa hablar con tu «patrono», je, je, si es que puedes prescindir de él un momento.Maérica se puso roja: el rubor se extendió hasta el cogote y las orejas, que era todo cuanto Hermógenes alcanzaba a ver de su rostro.No habÃan tenido en cuenta lo delgados que eran los tabiques.Probablemente todo el edificio lo habÃa oÃdo suplicar piedad a gritos.Avergonzado pero ansioso por mostrarse solidario con su abochornada amante, acudió al umbral con presteza.En el rellano, detrás de Gelia, aguardaba un tanto nervioso el anciano de la fiesta, el aficionado a la música marido de Sentia.—¡Ah! —exclamó el anciano aliviado—.Estás aquÃ, señor.Hermógenes sonrió cortésmente.—Saludos, Calvo.—Se alegró de que Gelia hubiese mencionado su nombre: de no haberlo oÃdo no lo habrÃa recordado—.¿Quieres hablar conmigo?Calvo asintió con la cabeza y sorteó a Gelia para entrar en el apartamento.Su nerviosismo era patente.Hermógenes anticipó una posible petición de dinero y se armó de valor para rechazarla.Maérica miró de arriba abajo al anciano y, al no percibir amenaza alguna, tomó el ánfora y se fue a hacer sus recados.Puso cara de pocos amigos cuando Gelia, ávida de cotilleos, la siguió escaleras abajo.—Vengo a verte porque.—murmuró Calvo en cuanto se cerró la puerta—.No sé cómo decir esto, señor.Ese socio que mencionaste, el que crees que te ha engañado., creo que anda buscándote.Hermógenes pestañeó desconcertado.—Verás, estaban hablando de ello en la barberÃa adonde suelo ir para que me afeiten —prosiguió Calvo ante el silencio de Hermógenes—.DecÃan que Vedio Polión ha corrido la voz de que un griego que se llama Hermógenes robó algo en su casa, y ya sé que dijiste llamarte Herápilo, pero aludieron a un hombre bajo con un corte en la cara y un pie lastimado.Ofrecen una recompensa de un denario para quien informe sobre su paradero.—¿Ya la has cobrado? —inquirió Hermógenes con acritud.El anciano negó con la cabeza.—Me acordé de lo que Gelia nos contó, que sospechabas que tu socio se habÃa apropiado del dinero que le habÃas entregado como regalo para ese Tito sobre el que preguntabas, y que te echó de su casa en plena noche cuando lo interrogaste al respecto.Me dije que quizá no nos habÃas contado toda la historia, que quizás en realidad te referÃas al villano de Polión.Siempre he oÃdo decir que ese sinvergüenza está metido en asuntos de dinero en Oriente.Y me pareció que si es a ti a quien Polión buscaba, no serÃa por nada relacionado con un robo; no, tenÃa que ser porque sabÃa que ibas a ponerlo en evidencia ante Estatilio Tauro y querÃa matarte antes de que tuvieras ocasión de hacerlo.Asà que no dije esta boca es mÃa y advertà a mis amigos que tampoco se fueran de la lengua.Pero pensé que seguramente te gustarÃa saberlo.—Sà —asintió Hermógenes con gravedad—.Te lo agradezco mucho.—Contempló por un momento al anciano con respeto y luego agregó—: Me gustarÃa darte el denario que has perdido por tu silencio.Mi guardaespaldas está al cuidado del dinero, pero si aguardas a que regrese
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