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.- Ten�as razón, Walter.He tardado demasiado en darme cuenta.Ahora ya esdemasiado lista para nosotros.Mira.- Levantó la mano izquierda y vi que estaba vendada-.Me ha arrojado un chorro de metal.Yo lanc� un silbido.- Escucha, George, �y si desenchuf�ramos el.?- Ya lo he hecho - repuso -.Adem�s, para asegurarme del todo, incluso hedesconectado toda la instalación del edificio.No ha servido de nada, ha empezado agenerar sus propia corriente.Di unos pasos en dirección a la puerta del taller.Me estremec� de pies a cabeza alpensar que deb�a entrar all�.Tras una ligera vacilación, pregunt�:- �Crees que es seguro.?El asintió.- S�, mientras no hagas ning�n movimiento en falso, Walter.No trates de coger elmartillo ni nada por el estilo, �eh?No cre� necesario responderle.Habr�a sido como atacar a una cobra con un palillo.Elsolo hecho de trasponer aquella puerta para dar un vistazo me costó un esfuerzo casisobrehumano.Y lo que vi me hizo retroceder de nuevo hasta el despacho.Con una voz que parecióextra�a a mis propios o�dos, pregunt�:- George �has movido esa m�quina? Est� casi un metro y medio m�s cerca de.- No - contestó -.No la he movido.V�monos a tomar una copa, Walter.Suspir� profundamente.- De acuerdo - acced� -, pero antes dime cu�l es la situación actual.�Cómo es que noest�s.? - Hoy es s�bado - me dijo -, y sólo quiere trabajar cinco d�as, y cuarenta horas porsemana.Ayer quise empezar a componer un libro sobre el socialismo y las relacioneslaborales, y.bueno, al parecer.ver�s.Abrió el primer cajón de la mesa.- Aqu� tengo una galerada del manifiestos que he hecho esta ma�ana, reclamando susderechos.Quiz� tenga razón; sea como fuere, resuelve mi problema acerca de agotarmepara tratar de ponerme a su nivel �comprendes? Una semana de cuarenta horas significaque no podr� aceptar tantos encargos, pero aun cuentos con cincuenta dólares por hora arazón de cuarenta horas, aparte del beneficio que supone convertir tierra en metaltipogr�fico, lo cual no es de despreciar; pero.Le arrebat� la galerada de las manos y la acerqu� a la luz.Empezaba as�: �YO,ETAOIN SHRDLU.�- �Acaso lo ha compuesto ella misma? - pregunt�.El asintió.- George - dije -, �no quer�as ir a tomar una copa.?Es posible que el alcohol nos aclarase las ideas porque, despu�s de la quinta copa,todo fue muy sencillo.Tan sencillo que George no entend�a por qu� no se le hab�aocurrido antes.Al fin admitió que ya estaba harto, m�s que harto.No s� si el manifiestohab�a conseguido frenar su avaricia, o si todo se deb�a a que la m�quina se hubieramovido, o a otra cosa; pero estaba dispuesto a terminar con el problema.Le dije que lo �nico que deb�a hacer era mantenerse alejado de la m�quina.Pod�amossuspender la publicación del periódico y devolver los encargos que hab�a contratado.Quiz� tuviera que pagar una indemnización a alguna de las editoriales, pero ten�a muchodinero en el Banco, tras su inesperada prosperidad, y le quedar�an unos veinte mil dólareslimpios.Era m�s que suficiente para empezar un nuevo periódico o publicar el mismo enotra dirección.aunque sin dejar de pagar el alquiler del antiguo local, donde EtaoinShrdlu se cubrir�a de telara�as.Claro que fue sencillo.No se nos ocurrió pensar que a Etaoin quiz� no le gustara laidea, o que fuese capaz de hacer algo para impedirlo.S�, nos pareció sencillo yconcluyente.Brindamos por ello.Brindamos varias veces, y el lunes por la noche yo segu�a en el hospital.Sin embargo,ya me encontraba lo bastante bien como para telefonear, y trat� de ponerme encomunicación con George.No estaba.Despu�s llegó el martes.El mi�rcoles por la tarde el m�dico me dio una conferencia sobre la cantidad de alcoholque se pod�a tomar a mi edad, y me dijo que ya pod�a irme pero que si lo repet�a.Fui a casa de George.Un hombre extremadamente delgado y de rostro macilento meabrió la puerta.Entonces habló y vi que era George Ronson.Todo lo que dijo fue:- Hola, Walter; entra.- Su voz no reflejaba ni esperanza ni felicidad.Ten�a el aspectode un zombi.Le segu� al interior, y dije:- George, an�mate.No puede ser tan malo.Expl�camelo todo.- Es in�til, Walter - repuso -.Estoy derrotado.Ella.vino y me obligó.Tengo que usarlaesas cuarenta horas semanales, tanto si quiero como sin no.Me.me trata como a uncriado, Walter.Le obligu� a sentarse y a hablar con calma, y me lo explicó.El lunes por la ma�anahab�a ido al despacho, como siempre, para solucionar algunos asuntos financieros, perosin intención de entrar en el taller.Sin embargo, a las ocho, oyó que algo se mov�a en elcuarto trasero.S�bitamente atemorizado, fue hasta la puerta para mirar lo que ocurr�a.La linotipia -George ten�a los ojos desmesuradamente abiertos mientras me lo dec�a - se estabamoviendo, avanzaba hacia la puerta del despacho. No se mostró demasiado expl�cito respecto a su m�todo de locomoción - m�s tardedescubrimos unas ruedecillas -, pero me aseguró que avanzaba lentamente al principio,con m�s rapidez y confianza a cada cent�metro.De alguna manera, George comprendió inmediatamente lo que quer�a.Y, al mismotiempo, comprendió que estaba perdido.La m�quina, en cuanto �l se presentó ante ella,dejó de moverse, empezó a crujir, y varios tipos cayeron sobre el componedor.Como unhombre que camina hacia la guillotina, George se acercó y leyó estas l�neas: �YO,ETAOIN SHRDLU, exijo.�En aquel momento pensó huir.Pero la idea de ser perseguido a lo largo de la callemayor de la ciudad por.No, era impensable.Y si hu�a - como era probable a menos quela m�quina desplegara nuevas habilidades, cosa que tambi�n parec�a probable -, �noescoger�a a alguna otra v�ctima? Quiz� hiciese algo peor.Arm�ndose de resignación, le indicó por se�as que aceptaba.Acercó la silla a lalinotipia y colocó un borrador en la tablilla.Puso m�s metal, y otras cosas, en el tanquealimentador.Ya no tuvo que tocar el teclado [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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