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.Una campesina de veinticinco años, despierta e inteligente, se encargó de mi carta, y me prometió informarse bajo mano para comunicarme a su vuelta los diferentes temas cuyo esclarecimiento le dejé ver que me resultaba necesario.Le recomendé, por encima de todo, que ocultara el nombre del lugar donde me hallaba, que no hablara de mà para nada, y que dijera que habÃa recibido la carta de un hombre que la traÃa de más allá de quince leguas.Jeannette se fue, y, veinticuatro horas después, me trajo la respuesta.TodavÃa existe, aquà está, señora, pero permitidme contaros, antes de leérosla, lo que habÃa ocurrido en casa del conde desde mi ausencia.La marquesa de Bressac habÃa caÃdo gravemente enferma el mismo dÃa de mi desaparición del castillo, y murió dos dÃas después en medio de unos dolores y unas convulsiones espantosas.Acudieron los parientes, y el sobrino, que parecÃa sumido en la mayor desolación, pretendió que su tÃa habÃa sido envenenada por una camarera que se habÃa evadido aquel mismo dÃa.La estaban buscando, y tenÃan la intención de dar muerte a esa desdichada si la encontraban.Por otra parte, gracias a esta sucesión, el conde acabó siendo mucho más rico de lo que habÃa creÃdo.La caja fuerte, la cartera y las joyas de la condesa, objetos todos ellos de los que no se tenÃa conocimiento, ponÃan a su sobrino, al margen de las rentas, en posesión de mas de seiscientos mil francos.En medio de su afectado dolor, al joven le costaba mucho esfuerzo, se decÃa, ocultar su alegrÃa, y los parientes, convocados para la exhumación del cuerpo exigida por el conde, después de haber deplorado la suerte de la desdichada marquesa, y jurado vengarla si la culpable caÃa en sus manos, lo dejaron en la plena y tranquila posesión de su maldad.El propio señor de Bressac habló con Jeannette y le formuló varias preguntas, pero como la joven habÃa contestado con tanta franqueza y firmeza, finalmente se decidió a darle su respuesta sin acuciarla más.––Aquà tenéis esta carta fatal ––dijo Thérèse entregándola a la señora de Lorsange––, sÃ, ahà la tenéis, señora, a veces mi corazón sigue necesitándola, y la conservaré hasta mi muerte.Si podéis, leedla sin es-tremeceros.La señora de Lorsange, después de recoger la nota de manos de nuestra bella aventurera, leyó en ella las palabras siguientes:«La desalmada que ha envenenado a mi tÃa tiene la osadÃa de atreverse a escribirme después de su execrable delito.Lo mejor que hace es ocultarme su retiro; puede estar segura de que lo pasará mal si la descubrimos.¿Qué se atreve a reclamar? ¿Cómo habla de dinero? El que haya podido dejar equivale a los robos que ha cometido, tanto durante su estancia en la casa como al consumar su último crimen.Que evite un segundo envÃo semejante a éste, pues se le comunica que se arrestarÃa a su portador hasta que el lugar que encubre a la culpable fuera conocido por la justicia».––Proseguid, querida niña ––dijo la señora de Lorsange devolviendo la nota a Thérèse––, son actitudes que horrorizan.Nadar en oro, y negar a una desdichada que no ha querido cometer un crimen lo que ha ganado legÃtimamente, es una infamia gratuita que carece de parangón.Este documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.com––¡Ay, señora! ––continuó Thérèse, retomando el hilo de su historia––, pasé dos dÃas llorando con esta malaventurada carta.Gemà mucho más por el comportamiento horrible que demostraba que por los rechazos que contenÃa.¡Asà que era culpable!, exclamé, ¡denunciada por segunda vez a la justicia por haber sabido respetar en exceso sus leyes! De acuerdo, no me arrepiento: por muchas cosas que puedan ocurrirme, jamás conoceré los remordimientos mientras mi alma siga pura y no haya cometido otro mal que el de haber atendido en exceso los sentimientos equitativos y virtuosos que jamás me abandonarán.Me resulta imposible creer, sin embargo, que las investigaciones de que me hablaba el conde fueran reales.Eran tan poco verosÃmiles, resultaba tan peligroso para él hacerme aparecer ante la justicia que supuse que, en el fondo de sà mismo, él debÃa estar mucho más asustado de verme que yo temblorosa por sus amenazas.Estas reflexiones me decidieron a seguir donde estaba, e incluso a instalarme allà si era posible, hasta que mis fondos crecieran y me permitieran alejarme.Comuniqué mi proyecto a Rodin, que lo aprobó, y hasta me propuso que permaneciera en su casa; pero antes de contaros la decisión que tomé, es necesario daros una idea de ese hombre y de su entorno.Rodin era un hombre de cuarenta años, moreno, de cejas espesas, mirada viva, apariencia vigorosa y saludable, pero al mismo tiempo libertina.Muy por encima de su estado, y poseyendo de diez a doce mil libras de rentas, Rodin sólo ejercÃa el arte de la cirugÃa por gusto.TenÃa una preciosa casa en Saint––Marcel que sólo ocupaba, habiendo perdido a su mujer desde hacÃa unos años, con dos jóvenes para servirle y su hija.Esta joven, llamada Rosalie, acababa de cumplir catorce años; reunÃa todos los encantos más atractivos: un talle de ninfa, una cara redonda, fresca, extraordinariamente animada, de rasgos amables y pÃcaros, la más bonita boca posible, unos grandes ojos negros, llenos de expresión y de sentimiento, unos cabellos castaños que caÃan hasta su cintura, la piel de un resplandor.de una finura increÃbles; además, los más bellos senos del mundo; aparte de la inteligencia, vivacidad, y una de las almas más bellas que haya podido crear la naturaleza.En cuanto a las compañeras con las que debÃa servir en esta casa, eran dos campesinas, de las que una hacÃa de gobernanta y la otra de cocinera
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