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.«Cállate —repuso ella con firmeza—.Incluso aunque no podamos ser amigos, le debo una disculpa.»Alguien rió.El sonido reverberó en los altos muros de la fábrica situada a su izquierda.Con un repentino temor, Maia giró en redondo, pero la calle estaba vacÃa.Una anciana paseaba a sus perros por la orilla del rÃo, pero Maia dudó de que estuviese lo bastante cerca para oÃrla.Aceleró el paso de todos modos.PodÃa andar más de prisa que la mayorÃa de los humanos, se recordó, incluso dejarles atrás.Aún en su estado actual, con el brazo doliéndole igual que si alguien le hubiese golpeado en el hombro con una maza, no tenÃa nada que temer de un atracador o un violador.Dos chicos adolescentes armados con cuchillos habÃan intentado agarrarla mientras cruzaba Central Park una noche tras su llegada a la ciudad, y sólo Bat habÃa impedido que los matara.Asà pues ¿por qué sentÃa tanto pánico?Echó una ojeada atrás.La anciana habÃa desaparecido; Kent estaba vacÃa.La vieja y abandonada fábrica de azúcar Domino se alzaba frente a ella.Llevada por un impulso repentino de salir de la calle, se metió en el callejón que pasaba junto a la fábrica.Se encontró en un espacio angosto entre dos edificios, lleno de basura, botellas vacÃas y el corretear de las ratas.Los tejados se tocaban en lo alto, cerrando el paso al sol y haciendo que Maia se sintiera como si se hubiese metido en un túnel.Las paredes eran de ladrillo, con pequeñas ventanas sucias, muchas de las cuales estaban rotas.A través de ellas pudo ver el suelo de la fábrica abandonada e hileras de calderas, hornos y cubas de metal.El aire olÃa a azúcar quemado.Se apoyó en una de las paredes intentando apaciguar el martilleo de su corazón.Casi habÃa conseguido tranquilizarse cuando una voz increÃblemente familiar le habló desde las sombras.—¿Maia?Giró en redondo.Él estaba de pie en la entrada del callejón, los cabellos iluminados desde atrás, brillando como un halo alrededor del rostro hermoso.Los ojos oscuros, bordeados de largas pestañas, la contemplaban con curiosidad.Llevaba vaqueros y, a pesar de la frialdad del aire, una camiseta de manga corta.TodavÃa parecÃa tener quince años.—Daniel —musitó.Él fue hacia ella sin que sus pasos emitieran ningún sonido.—Ha pasado mucho tiempo, hermanita.Ella quiso correr, pero sentÃa las piernas como si fuesen bolsas de agua.Se apretó contra la pared como si pudiera desaparecer en su interior.—Pero.tú estás muerto.—Y tú no lloraste en mi funeral, ¿verdad, Maia? ¿No hubo lágrimas por tu hermano mayor?—Eres un monstruo —susurró ella—.Intentaste matarme.—No en serio.HabÃa algo largo y afilando en su mano ahora, algo que centelleaba como fuego plateado en la penumbra.Maia no estaba segura de lo que era; el terror le nublaba la vista.Fue resbalando hasta el suelo mientras él avanzaba hacia ella, las piernas incapaces de seguir sosteniéndola.Daniel se arrodilló a su lado.Entonces pudo ver qué era lo que tenÃa en la mano: un irregular pedazo de cristal de una de las ventanas destrozadas.El terror creció y la cubrió como una ola, pero no era miedo al arma en la mano de su hermano lo que la abrumaba, era el vacÃo de los ojos de éste.PodÃa mirar a su interior y a través de ellos, y ver sólo oscuridad.—¿Recuerdas —dijo él— cuando te dije que te cortarÃa la lengua antes de dejar que fueses a chivarte de mà a papá y mamá?Paralizada por el miedo, Maia sólo podÃa mirarle fijamente.SentÃa ya el cristal clavándosele en la carne, el asfixiante sabor de la sangre inundándole la boca, y deseó estar muerta, muerta ya, cualquier cosa era mejor que aquel horro y aquel espantoso.—Es suficiente, Agramon.La voz de un hombre cortó la niebla de su cabeza.No era la voz de Daniel; era queda, culta, sin lugar a dudas humana.Le recordó a alguien.pero ¿a quién?—Como deseéis, lord Valentine.Daniel soltó un suspiro de desilusión.y a continuación el rostro empezó a desvanecerse y deshacerse.Desapareció en un instante, y con él la sensación de terror paralizante y aplastante que la habÃa amenazado.Tragó una desesperada bocanada de aire.—Bien.Respira.—Volvió a ser la voz del hombre, irritada ahora—.La verdad, Agramon, unos pocos segundos más y ella habrÃa muerto.Maia alzó los ojos.El hombre —Valentine— estaba de pie observándola con atención.Era muy alto y vestÃa de negro, incluso los guantes que llevaba y las botas de suela gruesa que calzaba.Usó precisamente la punta de una de las botas para alzarle la barbilla, y la voz cuando habló era frÃa, mecánica
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