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.Con semejante tesoro bien podía retirarse definitivamente, pensó jackRackham; pero es conocido que el arte de la piratería consistía en dilapidarde inmediato las ganancias, o sencillamente enterrarlas en la isla de supredilección.Para el capitán, esa isla no podía ser otra que Cuba, dondeposeía amigos y familia, a tal punto amaba la Perla de Las Antillas queorgulloso manifestaba sentirse cubano.Repartió el tesoro a partes más omenos iguales, tal como dictaba el reglamento, mintió al prometer a losnegros un futuro más decente en la isla de Pinos o en La NouvelleProvidence, sacó información a los detenidos, luego los ahorcó, y los lanzócomo migajas a los tiburones.-¿Qué diablos andas trasegando con un perro en brazos? -interrogó alcontramaestre.-Pertenecía a uno de los oficiales de la tripulación del Santa Flora, porcierto.-señaló al horizonte.El Santa Flora, rajado por la mitad, se hundió en dos partes, apuntadasal cielo.Los hombres contemplaron al tiempo que daban vítores, eufóricos,demostrando por inercia una exaltación que no sentían, cansados y ansio-sos de que terminara de una vez el espectáculo de la derrota, aun siendoenemiga.-.me lo he quedado, el pobre perro, me dio lástima oírle llorar.Lellamaré Pirata.-Corner acarició la pelambre del arisco animal.-Me caen bien los perros, espero que no le malcríes demasiado.¿Has visto a Bonn?-Vomitando por una escotilla, se portó mejor que nunca.Un leónresultaría manso en comparación, pero desde que regresamos no haparado de arrojar.Las partes del botín de ella y de Hyacinthe las hepuesto a buen recaudo en tu camarote.Por cierto, Hyacinthe.-¿Hyacinthe? ¿Qué le sucedió?-Herido, dudo que sea grave, pero le han llevado en la golilla unatajada de muslo.Curará, aunque ha perdido sangre, Carty lo encontrótirado en el suelo, nadando en cuajarones.Además, tiene una esquirlaen la costilla, habrá que operar.El capitán se dirigió al camarote donde reposaba Hyacinthe, secó elsudor de la frente del malgache con un paño húmedo, e indagópreocupado en el rostro del médico francés.-Je ne suis pas inquiet, mon capitain, te pire est passé.Par contre, je doisopérer el je n'ai pas les moyens.En Cienfuegos podrá contactar a estecirujano, monsieur Dupontel.O conducimos el enfermo a tierra, lo cualresultará riesgoso, o nada más mencionar mi nombre, apuesto a que Du-pontel acudirá al Kingston.-Carraspeó el galeno y empinó de un frascocuya etiqueta marcaba un remedio de raíces asiáticas diluidas en miel ycuyo contenido real era el grog.Rackham apretó la mano de su ayudante, y Hyacinthe respondióestrechando débilmente la diestra del capitán.Halló a Ann junto a la escotilla, tiznada y cubierta de manchas desangre, parecía que acaparaba más que disfrutar de la brisa marina, loslabios cuarteados y pálidos, la vista perdida en lontananza.Calico Jack66llegó hasta ella y la abrazó, delicado, besando un arañazo en el hombro dela joven, que olía a leña carbonizada.-Nos iremos a Cuba.Allí enterraré el tesoro.-No puedo.Sabes que, si me topo con James Bonny en tierra, tendréque volver con él.-Mis amigos sabrán esconderte -aseguró el capitán.-Debo enseñarte algo.Ann empezó por quitarse la destrozada camisa, después desenvolvió sutorso de la banda que aplastaba sus senos, descendió el pantalón hasta lasverijas, los senos afloraron henchidos, el vientre se inflamó abundante ypuntiagudo.-Estoy grávida-rezongó.-Te había notado más gorda -subrayó, preocupado.-¿Qué hacer? -suspiró.-No queda otra que el viaje a Cuba.Vivirás el tiempo que sea necesarioen Cienfuegos.Allí darás a luz.Dejaremos al niño al cuidado de misamigos.Cuando nos retiremos, volveremos a vivir junto a él.Jack Rac-kham despachaba el asunto con vejante prontitud para Ann.-¿Es cierto que tienes una querida, o es tu mujer, allá en Cuba?-Una amiga, Ann, por favor, es sólo una muy buena amiga.Tuve doshijos con ella, pero ya no somos amantes.Además, ella está casada, loschicos pasan como hijos de su marido.El no sospecha nada.-Júrame que vendrás por mí.Júramelo, o te mato.-Empuñó la daga,altiva.-Te lo juro, por el botín.Ann enarcó las cejas, la punta del arma a unos centímetros de la tetillaizquierda.-Está bien, lo juro por nuestro amor.-El pirata se recompuso, mitigado.Bajó la daga.Ella volvió a entisar el vendaje en el tórax, él le ayudó aabotonar la camisa.Besó fogoso su cuello, las orejas, los párpados, laboca.No bien emprendieron rumbo a la isla, el cielo se encapotó preñado denubes negras, la brisa mitigó y se empantanó, bocanadas de calordisparaban su aliento bochornoso e hinchaban el maderamen del barco, lamar alterada dijo aquí estoy yo, atemorizando con sus bramidos siempreinesperados.El ciclón duró hasta el día siguiente a la misma hora en quecomenzó.El Kingston, similar a un barquito de papel, se doblaba de uncostado y de otro, hacia donde lo empujara el rabioso viento.En medio deltremebundo oleaje, el tupido aguacero barría con cuanto hallaba en sucamino, expulsando a tongones de prisioneros y piratas al océano.Divisaron las costas cubanas, la mar rutilaba en calma, las gaviotasrevolotearon a ras del agua.Jack Rackham explicó a Ann que él laconduciría personalmente hasta la hacienda de sus amigos.Junto a suscompañeros cavarían un escondite seguro en la isla de la Eterna Juventuti;allí enterrarían una parte del tesoro.Ella debería cumplir un encargo,vender los negros a buen precio, aunque estuviesen enfermos; él esperabaque se las arreglara para conseguir la mayor cantidad de plata por esosmalditos ruines.Calico Jack reprendió a su mujer por usar semejante67expresión humillante.A los ingleses que había salvado, les daría trabajo enel Kingston, si aceptaban, y los que se negaran tendrían el derecho a insta-larse en Cuba, o en la isla de su elección.La mujer estuvo de acuerdo,pues los demás piratas también dieron su visto bueno a las ideas delcapitán.El Kingston echó áncora, fondeando detrás de un acantilado desgajadode la sierra de Siguanea, encepando antes de cruzar la bahía.La entradade la bahía de Jagua engañaba por su estrechez, abrigada y virginal, sinembargo, de inmediato se ampliaba, y en ella desaguaban los caudalososríos Caunao y Damují.Calico Jack desechó el plan de Corner de internarseen la isla directamente por la vía normal, es decir, por su espléndidozurrón hospitalario.Bonn pidió inspeccionar a los negros; en efecto, noeran de la mejor calidad, pero aseguró que con sus artimañas pediría yobtendría muy por encima de lo que en realidad costaban.Antes de finali-zar la revisión, pasó revista de los prisioneros ingleses y se detuvo delantede uno de ellos: la melena suelta, las pupilas cansadas reflejaban unhermoso halo dorado.Bonn averiguó su nombre con tono suavizadoaunque firme.-Read, mi nombre es Read.Pertenecí a la infantería de la marinainglesa hasta que el enemigo me echó garra.Bonn agradeció la información con un sencillo gesto afirmativo de lacabeza.-Nos veremos a mi vuelta, si es que decide formar parte de nosotros,¿Read, el pirata? -Sonrió, socarrona.Esta vez fue Read quien asintió albajar los párpados y posar su mirada en las piernas demasiado separadasde quien le invitaba a sumarse a la banda.-Bonn es mi nombre.Unieron sus manos en un torpe apretón.Davis llamó la atención a Bonn, debía apurarse, pues si los cogía lamadrugada, los guardias costeros estarían más atentos, ya que en la nochesolían emborracharse
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